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Palma de Cabo de Año

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Palma de cabo de a�o

En el llano pervive la tradición del padrinazgo asumido como compromiso ineludible de protección y custodia de los ahijados, mantenido, en ocasiones, aún más allá del momento de la muerte. Cuando mueren los niños, es una costumbre muy enraizada en la tradición maniseña que sus padrinos ofrezcan bailar la palma de cabodeaño como ofrenda al ahijado difunto y último acto de acompañamiento y apoyo a su protegido en su tránsito a la vida eterna. La ceremonia empieza depositando en el féretro una palma de esparto trenzado que se entierra con el niño. En la fecha del cabodeaño, una palma similar se coloca en un altar adornado con imágenes votivas y veladoras encendidas e instalado en la sala de la casa. Al son del joropo los padrinos y dos parejas más bailan sosteniendo la palma entre sus manos. Luego, precedidos por los músicos, se dirigen bailando hacia la tumba del niño, regularmente situada en el patio de la casa; en el llano, los niños se entierran en el solar de la casa paterna. Una vez allí, y acompañados siempre de la música, los padrinos depositan la palma sobre la tumba y regresan a la sala del altar donde continúa el baile, ahora con la participación de todos los convidados. La tradición maniseña nos recuerda la función de la música como vehículo de la espiritualidad, como elemento consustancial al rito y la alabanza y, por este camino, ligado a la comunicación del hombre y la divinidad.



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