Dos museos y un Gran Salón

Dos museos y un Gran Salón

Elkin Bolaño-Vásquez 
Octubre
Tallerista, Fundación BAT
 
No existe mejor oportunidad para celebrar 21 años de labores ininterrumpidas del Salón de Arte Popular que el ocupar dos museos emblemáticos de Bogotá para exhibir las obras que hacen parte del Gran Salón BAT. A través de los Museos Nacional y Colonial también se abre la oportunidad para expresar un reconocimiento profundo a las instituciones que han acogido esta iniciativa de la Fundación BAT porque han posibilitado la apertura de espacios inigualables para que los artistas empíricos colombianos asuman el arte como un proyecto de vida que no sólo los beneficia directamente, sino que se extiende al bienestar social.
Como parte del ejercicio reflexivo al que nos convoca las obras expuestas en estos museos se identifican, al menos, ocho miradas distintas que predominan y que de alguna manera expresan otras aristas a asuntos que colman las discusiones en el orden nacional. La primera de ellas y, tal vez, la más sutil y abarcadora entreteje de una idea de simbiosis que le permite a la manigua musitar un poema, mientras un baile folclórico es eco de un objeto anticuario, un sueño o un retrato de una familia. Entre estas obras la simbiosis se convierte en símbolo de lo que es valioso para la vida, al tiempo que restablece energía donde se ha agotado. En este caso, podemos referirnos a representaciones simbióticas porque se benefician al relacionarse entre sí. 
La segunda mirada se relaciona con la libertad instintiva de los animales representados, ya que lo que ella proyecta es su inclinación innata es entregarse al flujo constante de la vida. Los instintos sagrados, en el contexto del arte popular, nos recuerdan la importancia de venerar los ciclos vitales que diversifican y sostiene la vida. La tercera mirada supone el antagonismo que habita la mujer entre la tradición y lo contemporáneo porque la responsabilidad sobre el don uterino, la carga del equilibrio familiar, la trampa del amor erótico, la esencia de la belleza domesticada, la competencia por la remuneración económica; se sacuden por una feminidad disruptiva que transita entre la rebeldía, la osadía, la reivindicación, el triunfo y la transformación. Disrupción que encuentra una expresión que se proyecta con solidez en el mundo del arte.
La cuarta mirada se enmarca en las encrucijadas que viven los hombres cuando prefieren confundir lágrimas con sudor, trabajar bajo el inclemente sol sin derecho a crema rejuvenecedora o acabar vidas por un juego. Esos extravíos son consecuencia de usar la razón mientras está dormida. Pero hay algo que habita la piel masculina y que nunca abandona la calle, la cárcel, la arruga o la desesperanza, el impulso de hacer que a veces se reconoce como trabajo y que puede convierte en arte. La quinta mirada incluye adaptaciones simbólicas que permitieron el surgimiento de comunidades y el desarrollo de civilizaciones. Por ello, un acto sacramental puede ser la veneración de una vasija con agua. Una deidad puede encontrar su llama primigenia en el uso adecuado de un horno. El tatuaje abre una paradoja en el transhumanismo cuando usa la piel como pergamino para inmortalizar su efigie y un tótem ya no sólo deja de ser fálico con pretensión de monumento, sino que ahora es un juguete reemplazable.  
La sexta mirada ya no ofrece una contemplación hacia los árboles en su sacralidad o a las montañas en su inconmensurabilidad. Existe un sentimiento bucólico que ya no transmite las sensaciones que la naturaleza nos ofrece sin esfuerzo, sino que está permeado por un amor sincrético entre la ciudad y la Pacha Mama y que se registra en la intervención del arte urbano con imágenes de una naturaleza en tierna simbiosis con una cultura sin intoxicación que anhela lo bello en una versión romántica detenida en el tiempo.  La séptima mirada se concreta en las visiones internas de reclusos que, con sus trabajos crean ventanas, a través de las cuales, pueden fugarse los estados de ánimo empobrecidos que surgen de las situaciones que se viven en el espacio intramural. Debido a las dinámicas internas de la mente, existe una exigencia por mantener a flote algún tipo de “normalidad” y quienes se inclinan por el arte descubren que no sólo es una ocupación manual, sino que también es un recurso que genera sentimientos de protección, cuidado y resistencia. El arte funciona como un portal de introspección que salvaguarda la psiquis. 
Por último, la octava mirada se relaciona con las obras provenientes de territorios vitales que están llenos de bondades y las personas que no arrinconan su vocación artística merecen un elogio por dedicarse a algo que es ajeno a la tradición. Sin embargo, cuando la tenacidad artística obtiene reconocimiento institucional el arraigo se convierte en expresión de una belleza que se vive. Estas ocho miradas descritas y presentadas al país, bajo las auras insignes de estos museos, ayudan a que el arte popular y sus hacedores abran en sus proyectos de vida, visiones alternas donde la imaginación, la intuición y la creatividad sean elementos vitales. 
 

 

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