Fiestas, Artistas, Instrumentos & Danzas
Las manifestaciones culturales de los pueblos en Colombia, usualmente alegres y coloridas, se hacen visibles en festivales y carnavales en los que la música juega un papel protagónico. Nuestras raíces también se reflejan en artesanías y parques arqueológicos, así como en pinturas y esculturas de grandes artistas.
Leer másGloria Amparo Morales, una artista popular nacida en Cali, Valle del Cauca, quien desde hace unos años se dedica a fotografiar el diario vivir de la gente de Buenaventura como inspiración para pintar con un sello de hiperrealismo. Ganadora de primer premio en el V Salón BAT de arte popular.
Desde muy pequeña se interesó por investigar y leer sobre los grandes pintores de la historia del arte como el holandés Rembrandt, uno de los mayores exponentes del Barroco. Le llamó la atención el manejo del claroscuro y de los rostros. Cuando sus hijos crecieron, tuvo la oportunidad de dedicarse de lleno a la pintura y a explorar materiales y se quedó con el óleo. Empezó a copiar obras de artistas y a aprender teoría del color, siempre se ha inclinado por el realismo, creando paisajes, bodegones y sobre todo escenas de la cotidianidad, donde la expresión de los rostros de la gente sobresale. Vendió sus obras en el Parque del Peñón y un día compró una foto en la que salía una negra vendiendo chontaduro, hizo un cuadro inspirado en la fotografía y desde ese momento se dedicó a captar el alma del ser humano en el día a día.
Isabel Crooke, residente en Barichara, Santander. Se ha dedicado a la investigación antropológica sobre todo entre las comunidades Murui-Muinane (Huitotos) del bajo Putumayo y también con grupos indígenas y campesinos del Cauca, la Sierra Nevada, Boyacá y Cundinamarca. Su obra se relaciona con los mitos de la naturaleza y escenas de las comunidades indígenas. Ha participado en varias versiones del salón BAT de arte popular, recibiendo menciones honorificas.
"Soy médica y antropóloga. He tenido mucho contacto con comunidades indígenas y me ha causado gran dolor ver como los Embera, entre muchas otras comunidades indígenas, se han encontrado forzados a dejar sus tierras ancestrales y migrar a las ciudades en busca de trabajo."
Como es tradición, en cada versión del Salón BAT de Arte Popular, se rinde homenaje a un artista que se destaque por su trayectoria, técnica y creatividad. En esta ocasión corresponde este reconocimiento a las Tejedoras de Mampuján, grupo de mujeres originarias del corregimiento que lleva este nombre, en el municipio de María La Baja, departamento de Bolívar. Los habitantes de Mampuján han portado con orgullo y valentía su raigambre africana, al conservar sus tradiciones espirituales, sus costumbres y la vocación agrícola de sus mayores. En el año 2000, este corregimiento sufre una incursión violenta por parte del Bloque Héroes de los Montes de María de las AUC. Este grupo armado obligó al desalojo de todos sus habitantes sopena de ser asesinados. Ello da como resultado el desplazamiento de las 245 familias que componían dicha población. No obstante, algunos años después con mucho valor y decisión, resolvieron regresar e iniciar una nueva vida en un terreno cercano al originario y formaron una nueva población conocida como Nuevo Mampuján o Mampujancito. Parte de esta decisión se debe al trabajo realizado por éstas mujeres a través de coser tela sobre tela. Labor que permitió, entre otras cosas, elaborar los duelos de sus más profundos traumas. De esta manera decidieron plasmar sus recuerdos y la memoria de los dolorosos momentos que vivieron en emocionantes y originales cuadros, sin saber que estaban creando verdaderas y únicas obras de arte popular, que hoy exhibe el Museo Nacional de Colombia, en la sala Memoria y Nación. El objetivo de este trabajo comunitario fue en primer lugar, capacitar en esta técnica a varias mujeres para que fueran multiplicadoras de su efecto terapéutico para lograr la reparación, reconciliación y memoria histórica. Estas obras también han sido expuestas en diversas instituciones universitarias de los Estados Unidos y en varios museos de Europa. Algunos de sus telares se exhiben permanentemente, mientras que otros hacen parte de exposiciones itinerantes. Así mismo, las Tejedoras de Mampuján recibieron en el año 2015, en manos de su líder Juana Alicia Ruiz, el Premio Nacional de Paz. Este justo reconocimiento a las Tejedoras de Mampuján se realiza en el preciso momento en que los colombianos tratamos y queremos fervientemente reconciliarnos y olvidar la extraña violencia que nos ha correspondido vivir desde hace muchas decadas y sirve de perfecto ejemplo para buscar el perdón entre todos, víctimas y victimarios. Esta singular y única ocasión, puede ser el inicio de un futuro más promisorio para toda Colombia.
Desde niña tuve una cercanía con la iconografía religiosa. El almacén Fantasía, ubicado en la plaza central del municipio de Sogamoso, Boyacá, era propiedad de una tía que tenía un nombre tan curioso y especial como su almacén: Obdulia de la Concepción. Yo, una niña bogotana, llegaba en vacaciones y me convertía en la vendedora de esas figuras dolientes que eran compradas por campesinos y campesinas que bajaban de sus veredas a la ciudad. En ese almacén habitaba todo tipo de imágenes, relicarios, medallas, cadenas, escapularios, velas, velones. Y nunca pensé que todo este mundo iba a calar de manera tan profunda en mi inconsciente. Mi búsqueda estética en Bogotá comenzó a reencontrar toda esta iconografía religiosa de la región colombiana que simbolizaba el almacén Fantasía. José Gregorio Hernández habita algunas de mis obras, así como las vírgenes colombianas, las latinoamericanas y las de otras partes del mundo, los ángeles y arcángeles, las medallas, Cristos y crucifijos. Y también está presente, especialmente, el Divino Niño. La imagen del Divino Niño del barrio 20 de Julio, en Bogotá, es frecuente encontrarla en las veredas más alejadas, en los cascos urbanos de los municipios, en las grandes ciudades y también en la pared principal de las salas de las casas familiares, en los cuadernos o en la estampa que se guarda en las billeteras.
El Niño, quien tiene su santuario en este popular sector de la capital, es una figura icónica de la idiosincrasia colombiana y las oraciones a él son repetidas y recordadas por generaciones: "Todo lo que quiera pedir pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.
En ocasiones su imagen se alumbra con velas, se rodea de flores y se adora. Ante él se elevan las plegarias, así como los pedidos de auxilio para esta y la otra vida. Plegarias que se escuchan en nuestros pueblos, en las ciudades y la capital, en la intimidad de una habitación o en los lugares consagrados para el ejercicio del culto religioso. Fue la oración que tanto se escuchó en los momentos más agudos del conflicto armado, cuando desplazados, despojados, los sin tierra y los masacrados buscaron ayuda en el Divino Niño.
Y es la misma plegaria, con ajustes, la que se escucha ahora ante la búsqueda de la paz: Divino Niño Jesús, si Colombia cien veces cae, cien veces levántala?. Los creyentes en esta pequeña figura encuentran grandes dosis de consuelo y esperanza y creen encontrar soluciones aplazando la lucha por una verdadera redención social y espiritual en este mundo. El Divino Niño y otras imágenes siempre han actuado como intermediarios entre la humanidad doliente y el Dios supremo, omnisciente y todo poderoso y, sobre todo, inmortal. Este pequeño niño se ha convertido en una imagen icónica de la cultura y la religiosidad popular que se ha ido metiendo en el mundo urbano, entre sus bullicios y su tecnología. A él suelen recurrir los creyentes y hasta los no creyentes para obtener favores, felicidad, equilibrio, soluciones para los problemas de la vida cotidiana y hasta para la sanación física y espiritual. Por ello emprendí la labor de intervenir la silueta de la imagen del Divino Niño del 20 de Julio con diversos materiales, buscados en los campos y las ciudades, que dan cuenta de otros mundos: uno, si se quiere, rural, esotérico y otro más, mundano, terrenal o urbano. En el mundo urbano, con la presencia de sombrillas, nubes, ojos, lágrimas, espejos, ladrillos. En el rural, con objetos que quieren acercarse a la ayuda divina: las pequeñas botellas para llamar la suerte, la mano poderosa, los cuarzos, el palo santo, los dientes de animal para atrapar su fuerza, la madera, el maíz, la hoja de coca, la pluma de faisán, los colores, el brillo. En esta obra, los 27 Divinos Niños están unidos en una gran cofradía de salvadores para problemas muy terrenales y no tan fáciles de resolver. Salvadores que permitirán creer, quizá equivocadamente, que el planeta estará a salvo sin mucho esfuerzo, que sus habitantes podrán vivir en paz sin dar nada a cambio y que los pobres de la tierra podrán proseguir con sus plegarias y sus ensoñaciones sin superar primero esa Babel creciente que impide la comunicación y la reconciliación.
Destacada resulta toda la obra del artista indígena, de la comunidad inga, Carlos Jacanamijoy Tisoy (Santiago, Putumayo, 1964), quien se tituló, en 1991, como maestro en artes plásticas, con énfasis en pintura, de la Universidad Nacional de Colombia. Fue en este espacio universitario, abierto a las inquietudes de los jóvenes que procedían de diferentes latitudes, donde se concretó el anhelo de convertirse en pintor, proceso que el artista había iniciado en la ciudad de Pasto en 1984, cuando ingresó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Nariño. El maestro Jacanamijoy hizo, además, estudios de filosofía en la Universidad de La Salle (1989-1990), tema que abarca uno de sus principales intereses intelectuales y que, sin duda, le da soporte a sus manifestaciones personales y artísticas.
La obra de Jacanamijoy surge de la interacción del artista con un espacio específico: El valle del Sibundoy y sus tierras aledañas, las cuales se extienden hasta las selvas del Putumayo. Fue el historiador del arte Álvaro Medina quien acuñó el concepto de “abstracción realista” , idea que permite entender ese puñado de trazos multicolores y tonales, todos presentes dentro del rico universo pictórico del artista, el cual tiene origen en la reflexión que este ha hecho acerca de su tierra natal, una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo. La obra de Jacanamijoy es rica porque él es una persona inteligente, pero además gracias al respeto cotidiano que expresa de la cultura de los ingas, todo un puñado de valores espirituales que guían el aprovechamiento de los elementos de la naturaleza, entre ellos algunos prodigios de la botánica, como la ayahuasca o yagé.Si bien los trazos que aparecen en la obra de Jacanamijoy pueden llegar a tener vínculos con los procesos rituales que permite el yagé entre los ingas, planta que tiene efectos místicos y alucinatorios; no se puede aseverar que dichas imágenes sean una simple mímesis del medio natural que el artista vio durante su infancia y adolescencia, tomado de la mano de su padre. Es en ese sentido que Álvaro Medina se refiere a un proceso, por medio del cual el artista abstrae aspectos de esa realidad para construir un complejo sistema de signos gráficos o “grafemas” que guían la obra y que con seguridad se afilian a la cosmogonía de un pueblo que estuvo bajo la influencia del pueblo inca, aquel que se extendió desde la Pucará de Tilcara en la región de Jujuy en la Argentina hasta la ribera del río Mayo, unos kilómetros al norte de la ciudad de Pasto en Colombia, y cuya presencia es evidente en cuanto que la lengua quechua es la que hablan los indígenas del valle del Sibundoy.Jacanamijoy ha merecido amplio reconocimiento, su obra hace parte de importantes colecciones internacionales, una de ellas el National Museum of the American Indian en la sede de Washington D.C. (Estados Unidos de América), institución que además incluyó a su hermano Benjamín Jacanamijoy Tisoy entre los más destacados pintores indígenas del continente americano.
Este aspecto es importante, porque para los Jacanamijoy la vida familiar tiene un sentido profundo, en cuanto que gira alrededor del respeto que se les rinde a los padres, abuelos y ancestros, quienes han transmitido conocimientos y valores ancestrales a una comunidad que ve en el chamán al individuo que logra comprender los secretos que gobiernan a todo un territorio sagrado, identificado con el Putumayo.Para Carlos Jacanamijoy “la historia se ha contado desde un modelo de dominación donde quien gobierna es el hombre blanco”; en ese sentido él ha logrado, a través del posicionamiento internacional de su obra, que el modelo colonial se invierta a favor de la estética y narrativa del indígena. Hoy, coleccionistas y galeristas luchan por tener una de sus pinturas, los precios pueden llegar a ser muy elevados, y en ocasiones quienes poseen los cuadros no alcanzan a comprender el conjunto de significados profundos que poseen sus obras. Sorprende que el hombre blanco satisfaga sus ansias de posesión del mundo a través del autoengaño; pues son pocos quienes se han tomado la tarea de escuchar las explicaciones que el Jaca brinda acerca de sus obras, bien sea a modo propio o a través de investigadores como el profesor Álvaro Medina de la Universidad Nacional de Colombia. Al respecto, resulta muy útil el catálogo de la exposición retrospectiva que organizó el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 2013, allí figura un esquema que muestra una parte de la vasta jeroglífica presente en las obras de Jacanamijoy .Ojalá en un futuro no muy lejano, los investigadores logren construir un catálogo razonado de los símbolos indígenas del mundo, el cual permita descubrir alternativas lingüísticas, plásticas y epistemológicas acerca de cómo estos pueblos “originarios” han vivido en armonía con el medio natural y durante períodos muy prolongados .
Es en esa senda que Carlos Jacanamijoy se constituye en decano del saber iconográfico inga, la tarea de quienes entran en contacto con sus obras es dejarse llevar por el deleite plástico que el artista domina con sabiduría; pero además tratar de adentrarse en el conocimiento de una cultura rica y desconocida para los colombianos. La noticia es buena, pues existe una jeroglífica que explica la obra del pintor Jacanamijoy y su piedra rosetta es la voz del propio artista.Desde 1991, en tiempos de una nueva Constitución, Carlos Jacanamijoy hizo de la pintura su forma de comunicación y expresión personal. Así como muchos desconocen las normas y bondades contenidas en nuestra carta fundamental, también son otros tantos, quienes en Colombia manifiestan desprecio por las ideas de los indígenas y demás grupos humanos que han sido llevados, por obligación, a ser subordinados o marginados. Corresponde hoy tener mayor arrojo y carácter para atreverse a entrar a los mundos mágicos que proponen estas comunidades excluidas del mapa artístico y cultural colombiano.En tiempos en que brotan a borbotones los anhelos de paz, le conviene al pueblo colombiano empezar a escuchar la voz sabia de sus indígenas. La obra del maestro Jacanamijoy Tisoy es todo un tratado de filosofía visual que habla de lo que somos, hemos sido y seremos. Sabe bien el artista que su obra trasciende los anhelos fetichistas de coleccionistas, aduladores y mercachifles; es en esa medida que él regresa de manera constante al valle del Sibundoy para no perder contacto con los congéneres y sus imágenes, aquellas que proceden de los páramos o del fondo de la selva, a manera de visiones místicas (neblina, rocío, torrentes de agua, ventisca, caídas de frutos y hojas, rugidos, movimiento de ramas de árboles, croar de ranas, etc.) y enriquecidas por la sabiduría de un joven chamán que apenas ronda los 52 años de edad.En esta ocasión, la obra destacada no es un solo cuadro, pues se trata del conjunto de obras pintadas con maestría por Carlos Jacanamijoy; ellas conforman todo un tratado de reivindicación silenciosa de los derechos de las comunidades indígenas y constituyen una lección de cómo es posible hablar otros lenguajes diferentes al convencional, aquel propuesto por el rigor mortis capitalista, industrializado, globalizado y tecnificado. Colombia necesita otras narrativas, otras oportunidades, el Jaca egresado con honores de la Universidad Nacional de Colombia así lo ha demostrado.
El Maestro Eduardo Muñoz Lora nació en Pasto en julio 13 de 1945, su madre, doña Victoria Amelia Lora, tejedora entre otros artículos de chumbes, descubrió su vocación artística desde muy pequeño, ella lo estimulo en el aprendizaje del barniz de Pasto, permitiendo que se inicie como aprendiz en el taller del Maestro José Francisco Torres, alternando sus estudios. “Desde el primer momento, este oficio colmó mis expectativas y me cautivó la técnica maravillosa del recorte, su materia prima, su olor tan particular”. Posteriormente ingresa a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nariño “[…] esta etapa marcó un derrotero muy importante. Fue una rica experiencia para perfeccionarme en el dibujo, la pintura, la escultura y la historia del arte […]. En 1968 voy a Bogotá para continuar acumulando experiencias, trabajé en muchos oficios, decorando y diseñando vitrinas, en un taller de vallas publicitarias, en una tipografía. También unos meses en Inravisión como ayudante de escenografía” […] 1972 contraje matrimonio con Graciela Martínez con la llevo 43 años de feliz matrimonio y con la cual tengo tres hermosos hijos y 4 maravillosos nietos. En 1.972 Muñoz Lora funda su taller, Artesanías de Colombia reconoce y estimula su labor otorgándole una beca de estudios de diseño dirigido por el artista Carlos Rojas. A lo largo de su vida artística el maestro Muñoz Lora ha sido un incasable luchador por enaltecer el Barniz de Pasto o mopa-mopa, mirando con orgullo su pasado indígena, buscando un nuevo horizonte estético que le permita a esta técnica única en el mundo, no desaparecer como oficio artesanal, sino por el contrario convertirse en un técnica al nivel de las artes mayores.