Elkin Bolaño-Vásquez
Septiembre
Tallerista, Fundación BAT
¿Es la vocación de espectáculo noticioso o la reivindicación política que persigue un segmento de arte actual una versión evolutiva de la sensibilidad estética que logra un estado de sobrecogimiento emocional en la especie humana? Una pregunta de estas características incluye variables que pueden ser asumidas en distintas perspectivas, sin embargo, cuando se habla del Arte como un potencial de expresión que está latente en cada persona, sino desde su producción al menos desde su percepción, resulta patente que las vocaciones mencionadas desconocen un legado que se construye desde la belleza como un poder que afecta la emoción espontánea al tiempo que crea convivencia.
La apropiación del espectáculo noticioso y del activismo político que hace el arte desconoce que las estrategias respectivas de aquellas dos buscan manipular la emocionalidad creando corrientes de opinión que benefician las narrativas de poder, mientras el arte aspira a que la percepción estética de una obra se experimente desde un formato mental que no produce ningún tipo de cohesión social. Es en este contexto que el arte que alcanza los medios de comunicación internacionales y las instituciones de más alto prestigio artístico se desplaza en contravía de la necesidad de una creación de públicos que ofrezca confianza a la hora de expresar alguna opinión artística. Para cualquier departamento de educación de un museo la apuesta por la producción de público es cada vez más alta porque debe convencerse a sí mismo de que la retórica enrarecida de las obras puede abrir ventanas compresivas en espectadores del turismo cultural, mientras se desconoce la importancia de sus emociones.
Es por esta confusa situación que el arte enfrenta un fuerte período de orfandad ya que, aunque existen instituciones de amplio reconocimiento que lo promuevan, las mayorías demográficas lo desconocen masivamente. Ello supone que el arte huérfano es consecuencia de la negación de la propia huella genética de aspiración a un tipo de belleza con imperativo trascendental. Negación que la emocionalidad humana también se percibe intuitivamente frente a obras que destacan por cosas distintas a lo artístico. Negación que también reduce los espacios de encuentro que se sobreponen a cualquier postura ideológica.
La confusión se incrementa aún más debido a que reconocer una respuesta emocional relacionada con el rechazo de una obra desvirtúa la importancia de la honestidad de tal percepción, trasladada está incapacidad dialogal hacia una escasa comprensión del espectador y no hacia una precariedad formal de la obra. En este
Elkin Bolaño Vásquez
contexto, el sentir tiene poco valor frente a la intelectualización que exige toda experimentación no-artística con presunción de reivindicación política. Sin embargo, el estado actual del ejercicio racional no garantiza un llamado a la acción que se convertirá en contrapeso de lo denunciado, sino que, en el mejor de los casos, es absorbida como una arista adicional de la narrativa dominante. De este modo se subvierte la existencia de un arte, artísticamente pobre, por un público con una exigua educación artística. La afirmación según la cual el Arte es todo lo que hace un artista no dice nada sobre la calidad de una obra y cuando se aborda tal aspecto se subsana con la exigua educación estética del público.
La negación de la belleza, en tanta experiencia sensible de un estado de sobrecogimiento, se convirtió en un manifiesto político que no impulsa hacia la acción, sino a la confusión. Es como si el Shihuahuaco, árbol de la selva amazónica, por algún tipo de visión evolutiva, decidió usar su capacidad para absorber carbono en la refinación de petróleo como un modo de protesta que enseñaría a la especie humana sobre los peligros de su explotación. Tal visión lo convierte ingenuamente en un replicador del sistema económico mundial que a la vez le garantizaría una veneración igual o superior a la que experimenta el preciado líquido. No obstante, la valla publicitaria que merecería el Shihuahuaco oculta la esclavitud despiadada que pasa por encima de los principios trascendentes de la vida.
La decisión extraña y afortunadamente imposible del Shihuahuaco, es el panorama que está viviendo el arte huérfano y quienes lo producen, pues al desarrollar sus esfuerzos alejados del campo de la belleza viven, sin conciencia de ello, en una versión del síndrome del impostor que imagina que puede permear y transformar cualquier desequilibrio o injusticia social con sólo ampararse en el aura, cada vez más turbia, del arte mientras defiende una categoría perceptiva no estética, sino intelectual que, por demás, termina por desplazar a la belleza. a una orfandad virulenta que la ha obligado a camuflarse en la porción trivial del hedonismo que depende del mercado y que la ha domesticado.
Claramente la belleza desde la que germina cualquier estado sublime no ha desaparecido, sólo se ha agazapado para resguardar su vitalidad mientras es explotada. La consecuencia de ello no es una postura beligerante enriquecida por el activismo político en el que se ha convertido el arte huérfano, sino la reducción de un tipo de experiencia espiritual que sólo se experimenta con la belleza trascendental.